Daniel Dauria: el ojo absoluto, el ADN y un sentimiento que incluye a todos los matanceros



Por Daniel Dauria (*), licenciado en psicología.
El día típico de la semana, por la mañana, se inicia chequeando las redes y los emails en la computadora. Deambulando absorto entre mensajes y tweets, y de fondo, se escuchan las noticias de último momento en el matutino de la televisión.
Después de unos segundos, una sensación extraña empieza a propagarse en el ambiente, una sensación intensa logra captar mi atención. No puedo explicar cómo lo sé, pero algo me dice, que están hablando de La Matanza.
Levantó la mirada y efectivamente el móvil del noticiero transmite en directo desde la plaza de San Justo mostrando al país las largas colas del Banco Provincia, las campañas de vacunación, el ANSES móvil, el transporte público semi vacío y el pelotón de defesa civil dirigiendo el muñido grupo de vecinos presente, respetando la distancia social y el uso de tapabocas. La vida en la Matanza transcurre con la mirada foránea puesta en una constante evaluación. Lacan distingue la pulsión escópica, centrada en la mirada subjetiva, de la función fisiológica de ver. Por definición “VER”, es la acción y el resultado de captar el mundo por medio de la vista. Mientras que “MIRAR”, consiste en fijarse en un detalle particular de aquello que estamos viendo. Es entonces cuando surge una pregunta que es aún más amplia ¿nos ven o nos miran?.
Está claro que los matanceros nos vemos y los otros nos miran, nos interpelan. Sartre decía, que la mirada queda del lado del otro que descubre. En ese descubrirnos, en efecto, logran reforzar nuestra naturaleza cuasi egocéntrica. Decimos “Soy Matancero”, “De La Matanza al Mundo”, “Lo mejor del oeste”. Esa percepción inquietante, del ser mirado, ese nerviosismo de sentir que sucede a nuestras espaldas, se capitaliza y transforma en ser partes de la escena cotidiana que mira la Argentina, como modelo y prototipo del "Bonaerense".
De ahí, que la simple división geográfica que impone la Avenida General Paz, a uno y otro lado, sea mucho más que un límite físico. Entendemos que se trata de un "límite cultural" atravesado por diferentes miradas.
Esto nos evita pensar que somos blancos de las acciones de otros y de caer en el error de una falsa atribución. El ojo que mira y opina de La Matanza ve abandono, barriadas, miseria, basurales a cielo abierto, corrupción, violencia, política, clientelismo y delincuencia. Incluso los datos duros que denuncian un vacío estadístico, dicen que tenemos 115 villas según el Registro Público de Villas y asentamientos, que el 40 por ciento de habitantes se ubica por debajo del nivel de pobreza, que solo el 70 por ciento tiene pavimento y otro 60 por ciento tiene cloacas, incluso nos han comparado con escenas cotidianas de la vida de Haití o Cuba. Somos, supuestamente, el vasto territorio de la versión más caótica de la Argentina. Parece que hablar de nosotros es describir un claro descenso a los infiernos. Pero, sin lugar a dudas, aunque nos muestren como un oscuro y temible suburbio, al que se entra y no se sabe si se retorna, muchos mortales conseguimos descender a sus dominios y sin embargo emerger sanos y salvos a la superficie, incluso siendo parte de los 2,4 millones que la habitamos.
Es allí que comprendemos que podemos ser caóticos, también multifacéticos y dispares, sorprenderlos con barrios privados y grandes residencias en Ramos Mejía, 15 importantes centros comerciales con cualidades distintivas y únicas. Contamos con una extraordinaria fuerza laboral, una universidad pública modelo de excelencia, zonas industriales y un moderno parque industrial, fabricamos y exportamos autos hacia Alemania, y hasta tenemos uno de los Mcdonalds que más factura del país. Incluso contamos con nueve opciones disponibles, para descansar eternamente en el distrito. Casi el doble que CABA que cuenta con cinco.
Sin eufemismos, los matanceros manejamos el arte de la retórica, y somos dueños de una radiografía social y política singular que viene siendo estudiada hace años, sin resultados eficaces. En el fondo considero que procuramos cada vez hacérselas más complicada, porque nos gusta ser imprevisibles. Al fin y al cabo el ser humano presenta una dimensión inasequible.
"La Matanza" es muy compleja y con realidades muy diversas. Con sus 325 kilómetros cuadrados de territorio, tiene una coparticipación de fondos provinciales de las más bajas por habitantes, que con heroísmo y resignación se distribuyen en un territorio donde cada vez somos más, por menos. Y ¿sabes por qué estamos en el ojo visor? Porque Matanza es dueña de una potencialidad extraordinaria, y lo saben. Con sacerdotes que trabajan codo a codo con su comunidad fuera de las iglesias, con una estirpe política que convoca multitudes, ubicados cada vez más alto en la trama de la toma de decisiones de gobierno y un ADN tan único como indescifrable: "El ADN Matancero".
Sigan viendo, donde no verán, porque en Matanza no se mira, sino que, "se vive y se hace".