De caídas y triunfos: la inquebrantable historia de Julio Politano en las pistas
Por Alejandro Casalongue, de la redacción de NOVA
En el crisol del automovilismo, donde la velocidad se entrelaza con la pasión, la historia de Julio Politano comienza con un debut fallido en 2001. La primera foto de su carrera lo captura en el instante exacto en que su motor se rinde, un presagio de las adversidades que habrían de venir.
Sin embargo, el espíritu indomable de un soñador no conoce la rendición; al año siguiente, con más sponsors, pero con la misma suerte esquiva, el destino lo lleva a hacer un trompo, despistar y que otro auto lo choque.
Julio, fiel a su deseo de superación, renueva su esperanza. Un nuevo color y una trompa lo visten para la batalla, y en su tercer intento, logra clasificar y finaliza en un sorprendente décimo lugar.
Su objetivo, modesto pero sincero, es terminar la carrera sin ser lapidado por las vueltas perdidas. Sin embargo, la vida le reserva una grata sorpresa: al alcanzar su meta, se siente más vivo que nunca. Así, decide dejar las pistas por un tiempo, y se embarca en unas vacaciones a Sudáfrica con su esposa, convencido de que su ciclo en el automovilismo ha llegado a su fin.
Pero la pasión nunca se apaga del todo. Convencido por su equipo, vuelve a subirse al auto, esta vez respaldado por el peso de Molinos Hercules Huracán y otros patrocinadores. En 2004, logra ganar una serie, un primer destello de lo que vendría.
El año 2005 trae consigo una valiosa conversación con Juan María Traverso, una leyenda del automovilismo, que le recuerda que, sin victorias, uno no existe en este mundo de velocidad. Con un nuevo color violeta y un par de gomas de lluvia que le había regalado el flaco, Julio se enfrenta a la pista. Desde el último lugar, entre 40 autos, se lanza a la aventura.
El tiempo avanza y en 2007, Julio tiene el honor de representar a Gimnasia Esgrima de La Plata. Sin embargo, el 2008 lo encuentra en un dilema: la familia reclama su tiempo y el automovilismo parece quedar atrás.
Sus amigos, en un acto de lealtad y camaradería, lo empujan a armar nuevamente su auto, marcando la frase “No estaba muerto, estaba de parranda” en el costado, como un guiño a su regreso.
Pero 2009 no fue el año de la gloria. Un largo año sin correr lo deja desactualizado en un mundo que avanza rápido, y el auto número 57 se convierte en símbolo de un tiempo perdido.
Finalmente, en 2011, con el número 20 en su auto, Julio se despide de la pista. A través de cada golpe y cada triunfo, su historia resuena como un eco en el corazón de quienes saben que el verdadero automovilismo no se mide solo en victorias, sino en la valentía de levantarse tras cada caída.
Con el motor muerto, pero con el legado más vivo que nunca, Julio está presente en cada vuelta.