La familia Castro: exilio en Mar del Plata durante la última dictadura en 1976

Por Alejandro Casalongue, de la redacción de NOVA
Durante la última dictadura militar, llamada Proceso de Reorganización Nacional, miles de familias argentinas de origen peronista se vieron obligadas a huir de la represión y la violencia que azotaba al país.
Esta misma se inició con el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 ejecutado por las Fuerzas Armadas y sectores civiles antiperonistas, principalmente del empresariado y gorilas de origen liberal.
Al mando de este Golpe estaban, Jorge Rafael Videla (General del Ejército), Emilio Eduardo Massera (Almirante de la Marina) y Orlando Ramón Agosti (Brigadier de la Fuerza Aérea), y derrocaron al gobierno de María Estela Martínez de Perón, quien era vicepresidente y había tomado la presidencia tras la muerte de su esposo.
La familia Castro fue una de esas que, en un contexto de censura y persecución, se vio forzada a abandonar su hogar en La Plata y trasladarse a Mar del Plata, buscando refugio en una ciudad donde las amenazas no eran tan visibles, pero donde la angustia del exilio y la persecución seguían presentes.
El patriarca de la familia, Cacho Castro padre, un militante peronista reconocido por su labor en varias instituciones y su activa participación política, ya había sido un objetivo del régimen militar.
Durante los primeros años de la dictadura, la represión se intensificó de manera brutal, y su nombre figuraba en las listas de personas buscadas por las fuerzas de seguridad. La familia tuvo que esconderse y vivir con miedo, bajo la constante amenaza de ser detenidos o secuestrados.
Mar del Plata, una ciudad turística que por entonces se mantenía algo distante del centro de la represión, se convirtió en su refugio temporal. La familia Castro se instaló allí, lejos de la vida pública que habían conocido en La Plata.
Vivieron un exilio silencioso, sin acceso a la educación para los hijos y con grandes dificultades económicas. La necesidad de mantener un perfil bajo era crucial, pues cualquier vinculación con el peronismo o con movimientos de resistencia podía traer consecuencias fatales.
El padre de familia, conocido por su carisma y su liderazgo en diversos ámbitos, también pasó a vivir una situación difícil. La represión política no solo les afectó en lo social, sino también en lo personal.
El miedo a las desapariciones, la vigilancia constante de las Fuerzas Armadas y la necesidad de mantenerse ocultos marcó una etapa en sus vidas que, aunque pasó desapercibida para muchos, fue una lucha diaria por la supervivencia.
Mar del Plata no solo fue un refugio, sino un lugar donde la familia tuvo que reinventarse. En la ciudad balnearia, intentaron vivir de la manera más normal posible, pero la presión del contexto los mantuvo siempre en alerta. Mientras tanto, el país vivía uno de sus periodos más oscuros, con miles de detenidos desaparecidos, y donde cualquier forma de resistencia era vista como un crimen.
Los Castro, como muchos otros exiliados internos, tuvieron que adaptarse a una nueva realidad en la que la política y la historia del país parecían ser completamente ajenas a la vida cotidiana. Sin embargo, a pesar de la opresión y las dificultades, el vínculo familiar y la solidaridad fueron claves para mantener la esperanza.
Con la llegada de la democracia en 1983 de la mano de Raúl Ricardo Alfonsín, 10 de diciembre de ese año, la familia Castro pudo, finalmente, respirar con un poco más de tranquilidad, aunque los recuerdos del exilio y las huellas de la represión quedaron marcadas en sus vidas.
Su historia es un testimonio de aquellos que vivieron de cerca los horrores de la dictadura y, a pesar de las adversidades, nunca dejaron de luchar por la justicia y la memoria histórica.
Hoy, al recordar esos años de exilio en Mar del Plata, la familia Castro sigue siendo un símbolo de resistencia, no solo a la represión militar de 1976, sino también a la persecución política que marcó la historia de Argentina durante esos años de plomo.